En 2019 Siri Hustvedt (Minnesota, 1955) recibió el Premio Princesa de Asturias de las Letras. En palabras del jurado: «(La obra de Hustvedt) incide en algunos de los aspectos que dibujan un presente convulso y desconcertante, desde una perspectiva de raíz feminista» y sin ser El verano sin hombres una obra profundísima, está claro que bebe de esa afirmación.
En la presentación de este libro en Barcelona, Hustvedt afirmó que había sido un placer escribir la novela y dedicó un momento a aclarar que ella no era Mia, la protagonista de la novela, con la que comparte ser escritora, tener una hija actriz y un marido muy reconocido en su campo; «Tengo mucha imaginación y para mí es muy fácil imaginar personajes y sus personalidades», afirmó para acallar las dudas.
Cuenta de ello da efectivamente Mia, una profesora de universidad a la que Boris, su marido y fiel compañero desde hace casi treinta años, ha abandonado de la noche a la mañana por una mujer mucho más joven que ella… y francesa. Todo un drama que lleva a Mia a ingresar en un hospital psiquiátrico tras un episodio de locura transitoria. Consigue salir, llega junio y es ahí donde realmente comienza la historia, donde empieza ese verano sin hombres.
Mia alquila una casita en Bonden, el pueblo en el que vive su madre y donde seremos testigos de esa imaginación para crear personajes de la que hablaba Hustvedt. Mia se rodea de personajes femeninos, como deja claro el título, que crean un ecosistema donde se perfilan las diferentes etapas de la vida de la mujer, una oda a la adolescencia, la juventud y la vejez. Las mujeres, cada una con sus problemas particulares, permitirán a Mia relativizar su propia circunstancia o al menos verla con otros ojos.
La historia se va desarrollando a saltitos entre las reflexiones de Mia, su presente y sus recuerdos, que actúan de ventanitas que nos permiten conocer mejor no solo su pasado, también su situación actual. Una estructura que puede parecer caótica, pero que se sigue perfectamente y consigue aportar dinamismo.
En cuanto a los personajes, conocemos a los cisnes, un grupo de mujeres octogenarias y nonagenarias, entre las que se encuentra la madre de Mia, que se reúne para charlar y comentar libros. Reflexionan sobre la vida, la vejez y la incertidumbre de la muerte. Entre ellas también está Abigail, que muestra orgullosa los bordados que hizo antaño y que esconden mensajes rebeldes y subversivos.
«El tiempo nos confunde, ¿verdad? Los físicos saben cómo jugar con él, pero el resto de nosotros tenemos que ajustarnos a un presente vertiginoso que se transforma en un pasado incierto y, por más embrollado que ese pasado resida en nuestra memoria, siempre avanzamos inexorablemente hasta nuestro final.»
Por otro lado, también conocemos a Lola, la vecina de Mia, y su familia: un bebé, una niña y un marido que da muchos problemas. Lola normaliza y aguanta esa relación tóxica y violenta más por falta de oportunidad que por conformismo.
Por último, la clase de poesía que Mia imparte a siete chicas adolescentes que son menos inocentes de lo que aparentan sus poemas, hace revivir a Mia algún fantasma del pasado.
Es posible que todo esto no pinte muy emocionante, tampoco vamos a engañarnos, no lo es, estamos hablando de una novela bastante costumbrista y amable, pero es que tiene algo de acogedor, de optimista, de descubrir la belleza en lo cotidiano, en las relaciones humanas, en esas mujeres que nos resultan tan familiares, en ese olor a verano… Además, el libro está muy bien escrito, con un estilo desenfadado, casi informal, prácticamente de flujo de conciencia, que hace que la lectura sea muy fluida y que cueste dejar de leer. Las descripciones son muy visuales y, usando palabras sencillas, consigue transmitir muchas emociones. Este mismo efecto se produce en la manera en que la autora narra escenas, consigue transmitirnos muchas emociones y las hace muy visuales con muy pocas palabras.
«Cuando llegamos a casa mamá está tumbada sobre la cama leyendo un libro en francés. Subimos a la cama de un salto y ella nos toca los pies. Están muy fríos. Hielo. Solo dice la palabra hielo. Después nos saca los calcetines, coge nuestros pies helados de patinar y los mete debajo del suéter apoyándolos sobre la piel tibia de su vientre. El Paraíso Encontrado».
Los diálogos nos permiten ver claramente a los personajes, que lejos de ser clichés, resultan creíbles y tridimensionales. La autora también utiliza en ocasiones el indirecto libre como alternativa a los diálogos, que contribuye a dinamizar la lectura.
La historia está narrada en primera persona desde el punto de vista de Mia. La cercanía de la primera persona se ve contrarrestada por el tiempo en pasado en el que está escrito, que permite que la protagonista se distancie un poco de lo que cuenta y no nos consuma con su melodrama, pero consigue acercarnos a su historia dirigiéndose al lector en múltiples ocasiones, llamando nuestra atención para reaccionar ante lo que cuenta:
«Ustedes se preguntarán por qué me hacía tan mala sangre por un tipo como Boris, que le comunica a quien todavía es su mujer, que se va a vivir con su ligue por razones “prácticas”.»
Una lectura fácil, distendida, optimista y sincera. Perfecta para aquellas personas que desean leer algo ligero, pero cautivador; personas interesadas en la sociología y la contemplación, porque aquí no veremos grandes acciones, pero sí el devenir de la vida, cuando una tiene que curarse, cuando una tiene que poner su vida patas arriba para encontrar de nuevo su equilibrio.