Si al empezar a leer Los restos del día te preguntas: ¿qué coño hago yo perdiendo el tiempo con un personaje tan odioso, creído, petulante y vanidoso? No desistas, la sensación mejora a partir de la página 50 (aproximadamente).
Resumen
Los restos del día es una novela inteligente y divertida que nos presenta a Mr. Stevens, el mayordomo ya mayor, de Darlington Hall, una mansión que antes pertenecía al Mr. Darlington, un señor inglés que murió hace tres años y que, desde entonces, pertenece a Mr. Farraday, un millonario estadounidense.
Mr. Farraday propone a Mr. Stevens que se tome unos días de descanso y aproveche para viajar. Será el primer viaje de Mr. Stevens, que planeará irse por el oeste del país con el fin de conocer los hermosos paisajes de la campiña inglesa. No obstante, esconde una motivación mucho más potente: visitar a Mrs. Benn, que había sido ama de llaves en Darlington Hall hace unas décadas y a la que Mr. Stevens se sigue refiriendo como miss Kenton, su nombre de soltera. El drama. Está. Servido.
El viaje (o la historia-marco) tiene lugar en 1956 y pasa a un segundo plano cuando Mr. Stevens comienza a contarnos la historia, a modo de confesión, de toda su carrera profesional en Darlington Hall.
Reseña
Kazuo Ishiguro nos presenta una obra lenta y sosegada, lo que sirve de atmósfera perfecta para el viaje a bordo del elegante Ford (prestado) en el que viaja Mr. Stevens. Se hace necesario entonces rebajar las prisas y degustar con calma el paisaje, la campiña, la espera. La personalidad del protagonista genera una tensión de amor-odio que es, a mi modo de ver, el motor principal para seguir leyendo.
Mr. Stevens respira y se nutre de la nostalgia de los tiempos pasados. Podríamos considerar a este personaje una especie de simbolismo de la decadencia de la propia Inglaterra de entreguerras, que anhela tiempos pasados, que, como dicen, siempre fueron mejores.
“Yo prefiero las cosas a la antigua usanza”.
Mr. Stevens es un mayordomo arrogante, altanero, autocomplaciente, cotilla, que se da una importancia que nadie nunca le dará y está obsesionado con su trabajo, un señor con problemitas, vaya, que no consigue entender los sentimientos o no se atreve a enfrentarlos.
Usa un lenguaje muy correcto, preciso y estirado, que es el que le da ese aire snob. Estarás imaginándote a ese mayordomo paseándose por la casa con un palo de escoba metido por ahí, esperando a enterarse de la últimos cotilleos de su reino … porque eso es lo que hace que este personaje empiece a llamar nuestra atención y sobre todo lo que evita que la obra sea un completo aburrimiento: esa contradicción entre lo que dice y lo que hace, la forma tan naif que tiene de justificarse:
“Durante estos últimos meses, he sido responsable de una serie de pequeños fallos en el ejercicio de mis deberes, debo reconocer que todos ellos son bastante triviales. No obstante, comprenderán ustedes que para alguien acostumbrado a no cometer este tipo de errores la situación resultaba preocupante, por lo que empecé a elaborar toda clase de teorías alarmistas que explicaran su causa.”
Los diálogos entre Mrs. Benn y Mr. Stevens son los que consiguen aligerar el ritmo lento de la obra para dar un toque de color y un cambio que el lector agradecerá.
El mayordomo se convierte en un narrador poco fiable de manual. Es posiblemente este concepto uno de los más importantes de la obra, que le otorga ese carácter experimental, en el que el mayordomo crea su propio personaje: el mayordomo de la historia que cuenta, lo que hace al lector consciente de estar leyendo ficción (aumentado por el hecho de que le mayordomo se dirija directamente al lector), nos invita a seguir leyendo, porque al final, no deja de ser una característica realista que pone de relieve cómo en nuestro día a día nosotros también distorsionamos y ocultamos información.
El lector se divierte con la pregunta: ¿hasta dónde puedo creerme? Y la afirmación: ¡Menudo zanguango es este mayordomo!
El relato en sí es la confesión que quiere hacer el propio mayordomo, pero está llena de evasiones de la verdad, la esconde y se justifica.
Finalmente, este relato le hace entenderse a sí mismo y consigue una respuesta a esa pregunta que nos persigue a lo largo del libro “¿qué significa ser un «gran mayordomo»?” Y lo consigue al final, demasiado tarde, a la vista de esos “restos del día”, viendo el atardecer desde la costa inglesa.
El estilo y el lenguaje que usa Kazuo Ishiguro (sin olvidar el buen trabajo del traductor de esta edición, Ángel Luis Hernández Francés) a priori no tiene nada de original o artificioso, pero recrea perfectamente la jerga de mayordomo y nos permite, sobre todo, ser perfectamente conscientes de esa falta de sintonía entre lo que dice y lo que piensa. Es precisamente esto lo que nos hace seguir la historia y descubrir las verdades sobre su antiguo señor, Mr. Darlington, ¿tiene realmente esa gran moral de la que alardea Mr. Stevens? Y las intenciones de seducción de miss Kenton, a las que él fue incapaz de atender, reconocer o a las que simplemente no se atrevió a reaccionar.
Conclusión
En definitiva, sin ser un tema o una historia que me interesen especialmente, me ha parecido un libro muy divertido y original. Se ve claramente que detrás de esa sencillez y aparente levedad de la obra, se esconde un preciosismo y cuidado muy meticuloso y merece la pena darle una oportunidad a ese mayordomo tan pedante. Personalmente, me encantará seguir leyendo obras de este autor.
Reseña de la novela de ficción Los restos del día de Kazuo Ishiguro, edición 1990, editorial Anagrama, colección Panorama de narrativas.